Después de dejar atrás la ciudad de Mérida nos adentramos en Andalucía, con el fin de llegar a Rota y hacer en ese lugar nuestro cuartel general en busca de la huella de Goya en Cádiz. Llegamos a la Playa de la Luz, famosa por sus corrales romanos dedicados a la pesca y donde descansamos admirando los atardeceres sobre el Atlántico en el hotel del mismo nombre.
De nuevo en Cádiz, tanto Teresa como yo sentimos las mismas sensaciones de cuando la visitamos por primera vez en 1986, pues la ciudad conserva ese espíritu de los años, aunque ha aumentado en modernidad hacia las afueras del casco antiguo. Dejamos el coche y comenzamos a recorrer sus calles, en busca de la del Rosario, donde se encuentra la Parroquia, y junto a ella, la Santa Cueva donde Goya dejó su impronta creativa.
Cuando vimos las pinturas por primera vez estaban amarillentas y no se apreciaban bien, aunque en el libro editado por el Banco Zaragozano en 1983, con textos del catedrático Federico Torralba y las magníficas fotos de Luis Mínguez e impresas por Octavio y Félez en Zaragoza, se podía apreciar la gran habilidad pictórica con que Goya ejecutó dichas obras. En nuestros libros Goya en el camino y Goya frente al muro, hablamos de la importancia de estas obras, antes de ser restauradas. En el año 2000 se restauraron en el Museo del Prado, siendo expuestas en el mismo y fue cuando las pudimos ver en todo su esplendor pictórico y colorista y apreciar el cambio de concepto que Goya imprime a su obra después de Andalucía. Cajamadrid publicó un estudio de la intervención en 2001. Ahora se encuentran de nuevo en su sitio, donde el gran aragonés las pintó en su segundo viaje a Cádiz en 1796.
Curiosamente Goya se encuentra en Cádiz donde cae enfermo y se queda sordo, pero también gracias a los cuidados de su amigo Sebastián Martinez, su familia, los gaditanos y el aire del mar atlántico, se recupera de este revolcón de la vaquilla de la muerte, que lo deja con la salud precaria pero con los ojos, las manos y el pincel mas creativo y genial.
La Santa Cueva existía en el Oratorio o Cripta de la Iglesia del Rosario, ocupada por la Cofradía de Disciplinantes de la Madre Antigua desde 1756; en 1771 accede a la dirección de la misma el presbítero Don José Sáenz de Santamaría, quien en 1781 promueve ampliar el Oratorio subterráneo y construir en la parte superior uno nuevo encargando al arquitecto Don Torcuato Cayón el proyecto, que fue terminado por el arquitecto Torcuato Benjumea. La construcción de este nuevo Oratorio de estilo neoclásico influenciado por la forma de hacer de Ventura Rodriguez, amigo de Goya y constructor de la Santa Capilla de la Virgen del Pilar en Zaragoza, es uno de los ejemplos de arquitectura neoclásica en Andalucía.
Los altorrelieves fueron encargados al escultor Cosme Velázquez y en la cripta penitencial hay un magnífico Calvario de los escultores Vaccaro y Galdulfo. El promotor del nuevo edificio encarga al famoso músico Joseph Haydn una pieza musical para acompañar la predicación de «Las Siete Últimas Palabras de Nuestro Redentor en la Cruz» en la mañana del Viernes Santo.
Esta nueva capilla de planta oval va acompañada de lunetos decorados con pinturas de Zacarías González Velázquez, cuyo tema es Las bodas de Caná, fechada en 1795 y de José Camarón con La recogida del maná. Ambas se ajustan a la época y a la arquitectura pero se quedan frías, pues cumplen con el encargo y ambas guardan reminiscencias de grabados antiguos. También se encuentra al frente un retrato del protector realizado por el pintor Francisco Riedmayer.
Goya se recupera en 1792 y es muy posible que antes de volver a Madrid ya tenga el encargo para pintar sus tres pinturas en la Santa Cueva. En 1793 se encuentra en Madrid de nuevo, y su poder creativo se pone en marcha e investiga nuevos materiales pictóricos, trabajando sobre hojadelata, ya que en Ronda había una fábrica y seguramente le proporcionaría las planchas Sebastián Martinez, y pinta sobre ellas escenas de toros a las que llama Caprichos, empleando por primera vez esta terminología para su obra y presentándolas en la Academia de San Fernando. Para esas fechas Manuel Godoy se encumbra en el poder y protege a Goya como pintor y lo invita en 1796 al Sitio de Roma, en Granada, para pintar su retrato ecuestre en el paisaje del rio Genil, coincidiendo con que la Duquesa de Alba que se encontraba en Sevilla con su esposo el Duque, quien muere en dicha ciudad.
Goya se traslada a Cádiz para pintar el encargo de la Santa Cueva y nos deja tres cuadros, en los que, con algún recuerdo de las pinturas de Aula Dei, se enfrenta con tres temas. La multiplicación de los panes y los peces, con una composición triangular dentro de un óvalo en el que la figura del Cristo divide la escena. En La parábola de La Boda del hijo del Rey, nos conduce a un gran salón donde solamente uno de los invitados es despedido atado por no cumplir las normas, los demás asistentes se concentran al fondo. El Rey, recuerda al rey Mago de Aula Dei en cuanto a su postura y ejecución. La Santa Cena rompe con una composición circular dentro del óvalo, sin apenas reminiscencias arquitectónicas, todo gira alrededor de Cristo y su futura tragedia. Es la obra mas fluida de pincelada y en el futuro aplicara este concepto en sus frescos de la cúpula de San Antonio de la Florida en Madrid. El color de estas tres pinturas nos recuerda el aire y el mar de Cádiz.
Terminado su trabajo se dirige a Sanlúcar de Barrameda para encontrarse con la Duquesa de Alba viuda.
Carlos Barboza